martes, 11 de octubre de 2011

SIN CONCIENCIA (2)

Dr. Robert Hare
Sin Conciencia – El inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean
Without Conscience: The Disturbing World of the Psychopaths Among Us (1993 y 1999)

CAPÍTULO 1
EN LA PIEL DEL PSICÓPATA

En este primer capítulo, el Dr. Robert Hare nos cuenta, a través de tres historias reales, sus comienzos en el estudio y la investigación de los psicópatas…

‘A lo largo de los años me he ido acostumbrando a la siguiente experiencia. En una reunión de amigos o en una comida de trabajo, un compañero me pregunta cortésmente sobre mi especialidad clínica. Yo le doy un breve esbozo de lo que es un psicópata, de sus rasgos diferenciadores. Invariablemente, alguien me mira pensativo y dice: «Señor, esto me suena mucho a un caso que conozco...» o «¿Sabes?, nunca lo había pensado, pero la persona que estás describiendo es igual que mi cuñado» (…) No hay nada que nos indique más claramente la necesidad de reflexión y estudio de la psicopatía que estas historias reales de desesperación y malestar. Las tres que exponemos en este capítulo facilitan la comprensión de esa característica de la psicopatía de que «algo va mal, pero no sé exactamente qué».
Uno de los relatos corresponde a una experiencia carcelaria, como la mayoría de los estudios sobre psicópatas (por la sencilla razón de que es en la cárcel donde hay más psicópatas, además de la información necesaria para evaluarlos).
Las otras dos historias están tomadas de la vida real, ya que los psicópatas no se encuentran sólo entre la población carcelaria. Padres, hijos, esposas, amantes, compañeros de trabajo y todo tipo de víctimas sin suerte intentan en estos momentos manejar el caos y la confusión que causan los psicópatas e intentan entender qué pretenden. Muchos de los lectores encontrarán un gran parecido entre las personas que figuran en estos ejemplos y aquellos que les han hecho pasar un infierno en algún momento de su vida.’

RAY

Así, se nos presenta a Ray, un presidiario que acude regularmente a la consulta de psicología que el Dr. Hare atendía en la década de los sesenta en la Penitenciaría de British Columbia. El tal Ray resultó ser un hábil psicópata que de forma sistemática manipulaba al psicólogo para obtener sus fines. Hare reconoce haber sido engañado por el delincuente…

‘Mi primer empleo después de obtener el doctorado fue en la Universidad British Columbia, no lejos de la penitenciaría donde había trabajado unos años atrás. Durante la semana de matriculación, en aquella era precomputerizada, me hallaba sentado detrás de una mesa con otros colegas para matricular a los estudiantes, alineados en largas colas. Estaba registrando a un estudiante cuando mis oídos me advirtieron de que alguien hablaba de mí. «Sí, trabajé como asistente del doctor Hare en la penitenciaría durante todo el tiempo que pasó él allí, un año más o menos. Yo le llevaba todo el papeleo, le expliqué de qué iba el mundillo de la prisión y todo eso. Sí, me consultaba sobre los casos más difíciles. Hicimos un gran trabajo juntos.» Era Ray, haciendo cola en una de las filas. ¡Mi asistente! Me permití interrumpir su fluido discurso con un: «¿De veras?», esperando ver su cara de desconcierto. «Hey, doctor, ¿cómo va eso?», me dijo sin perder la compostura ni un instante. Un segundo después, ya estaba hablando de otra cosa. Después, comprobé su solicitud; era evidente que se había inventado los datos que allí figuraban (según aquello, había estudiado en varias universidades). (…) ¿Qué era lo que, en su psicología, le daba a Ray el poder de saltarse la realidad, aparentemente sin ninguna preocupación ni reparo? Los siguientes veinticinco años me los pasaría intentando resolver esa cuestión.’

ELSA Y DAN

Tras esta historia sobre Ray, el doctor nos presenta a Elsa, una profesora norteamericana que pasa un año de descanso en Londres, tratando de fortalecerse tras un reciente y traumático divorcio. Allí conoce a Dan, un tipo gracioso y amigable…

‘Ella se sentía sola. El tiempo se presentaba horrible (caía aguanieve). Ya había visto todas las películas y todas las obras de teatro de la ciudad y no conocía ni a un alma en ese lado del Atlántico.
«Ah, la soledad del viajero —dijo Dan compasivamente mientras cenaban juntos— Es lo peor.»
Al acabar el postre, Dan se dio cuenta de que se había dejado la cartera en casa y tuvo un gesto de vergüenza. Elsa estaba encantada de poder invitarle. Después fueron al cine. En el pub, después de unas copas, él le dijo que era traductor para las Naciones Unidas. Viajaba por todo el mundo. En ese momento, estaba esperando que le enviasen a alguna parte.’

Comienzan a verse con asiduidad, hasta que Dan le propone irse a vivir juntos, a la casa de ella. La soledad de Elsa había desaparecido y estaba viviendo un momento muy hermoso y pleno.
Sin embargo, había ciertos detalles (¡Sí, siempre los detalles, la letra pequeña!) que a Elsa le parecían extraños. ‘Cosas de las que no se hablaban y habitaban en la cabeza de Elsa’. Él no la invitó nunca a su casa, ni la presentó a sus amigos… Respuestas demasiado breves, otras incoherentes

‘La primera vez que Dan no acudió a una cita con Elsa, ella temía que hubiese tenido un accidente —siempre cruzaba las calles sin mirar, como una flecha.
No volvió a casa en tres días. Al final, Elsa se lo encontró, a media mañana, durmiendo en casa. La peste a perfume rancio y cerveza la puso enferma. El miedo a que le hubiese sucedido algo se trocó en algo nuevo para ella: celos incontrolables, desagradables, salvajes.
-«¿Dónde has estado? —gritó— He estado tan preocupada. ¿Dónde estabas?»
Recién levantado tenía un aspecto bastante agrio. «No me vuelvas a preguntar eso en la vida», respondió.
-«¿Qué?»
Dónde voy, qué hago, con quién estoy: eso no te Concierne, Elsa. No preguntes
Era una persona diferente. Pero un segundo después pareció recobrar la compostura, se desperezó, salió de la cama y se acercó a ella. «Sé que te duele —dijo en su antiguo tono amable—, pero piensa en los celos como si se tratase de una gripe. Lo superarás. De verdad, amor, lo superarás.» Como una gata lamiendo a su cría, consiguió recuperar su confianza en él. Aun así, Elsa pensaba que lo que había dicho sobre los celos era de lo más extraño. Estaba segura de que él no había experimentado nunca el dolor de la confianza traicionada.
Una noche, ella le preguntó si le apetecía salir a comprarle un helado. Dan no respondía y cuando ella levantó la vista para mirarle vio una expresión de furia en su cara.
-«Siempre has tenido todo lo que has querido, ¿no? —dijo en un tono extraño, malicioso— Cualquier cosa que deseases, siempre saltaba alguien de la cama y corría a comprártelo, ¿verdad?»
-«¿Estás bromeando? No soy así. ¿De qué estás hablando?» Dan se levantó de la silla y salió fuera. No lo volvió a ver jamás.’

LAS GEMELAS

Helen y Steve son un matrimonio que tiene dos hijas, gemelas, de treinta años, Ariel y Alice. La primera es una chica normal, con sus altos y sus bajos, por temporadas tan perdida que llega a abandonar la universidad por falta de interés. Sin embargo, años más tarde retomaría sus estudios, licenciándose en derecho con muy buenas notas, antes de encontrar un trabajo a su gusto.
Alice, su hermana, se muestra destructiva e impredecible…

‘La infancia de Alice fue diferente. Siempre hubo algo un poco «fuera de sitio». Ambas chicas eran unas bellezas, pero Helen, su madre, estaba sorprendida de ver que incluso a la edad de 3 o 4 años Alice sabía cómo usar su encanto de niña pequeña para conseguir sus fines. Helen tenía incluso la sensación de que Alice sabía coquetear —se feminizaba cuando había hombres cerca—, aunque esas ideas sobre su hija le hacían sentir terriblemente culpable.
Helen se sintió todavía peor cuando encontraron muerto a un gatito que les habían regalado. Había sido estrangulado en el jardín. Ariel estaba claramente triste; las lágrimas de Alice parecían un poco forzadas. Por mucho que intentó quitárselo de la cabeza, Helen no pudo evitar pensar que Alice había tenido algo que ver con la muerte del animal.

La postura de Alice frente a su hermana se tornaba agresiva, incluso ‘parecía experimentar cierto placer arruinando las cosas de su hermana’. Con 17 años, Alice abandona la casa familiar, y descubre las drogas, a las que se vuelve adicta. Con ello llegaron el robo y la prostitución, y los carísimos tratamientos de desintoxicación (así como las fianzas para salir de la cárcel), a costa de sus padres…

‘Helen creía que ella y Steve habían fallado en algo en la educación de Alice, aunque en treinta años de autoanálisis no pudo identificar cuál había sido el error. Quizás era algo subconsciente; quizá no se había alegrado lo suficiente cuando el médico le dijo que iba a tener gemelos. Podía ser que hubiese despreciado a Alice sin darse cuenta, pues era más fuerte que Ariel al nacer. Puede que, de alguna manera, ella y Steve hubiesen generado el síndrome de Jekyll y Hyde al insistir en que las chicas no vistiesen de la misma manera y fuesen a escuelas de baile y campamentos diferentes.
Quizás esto, quizá lo otro... pero Helen dudaba. ¿No comenten errores todos los padres?
¿Acaso no todos los padres muestran, sin darse cuenta, preferencias hacia un hijo, aunque sólo sea temporalmente? ¿Acaso no todos los padres se implican (y disfrutan) en el devenir de la vida de sus hijos? Sí, desde luego, pero no todos los padres se tienen que enfrentar con una Alice. Durante toda la infancia de las niñas, Helen intentó descubrir por qué su Alice se comportaba de esa manera. Había observado con atención a otras familias y se había dado cuenta de que había padres bastante poco atentos con sus hijos y sin embargo éstos eran estables y equilibrados. Desde luego, sabía que los padres abiertamente abusivos daban lugar a hijos trastornados, pero Helen estaba segura de que ellos no pertenecían a esa categoría.
Así que el trigésimo cumpleaños de sus hijas trajo a Helen y a Steve una curiosa mezcla de sentimientos: daban gracias a Dios por que sus hijas estaban físicamente sanas, estaban felices de que Ariel hubiese encontrado seguridad y plenitud en el trabajo y, por otro lado, sentían esa ansiedad ya familiar por los asuntos y el bienestar de Alice. Pero quizás el sentimiento más marcado que tuvieron aquella noche, al brindar por sus hijas ausentes, era que, después de tanto tiempo, nada había cambiado. ¡Por Dios! Estábamos en el siglo XX y se suponía que la ciencia debía saber cómo manejar estos asuntos. Existían píldoras para superar la depresión, tratamientos para controlar las fobias, pero ninguno de los médicos, psiquiatras, psicólogos, consejeros y trabajadores sociales que habían visto a Alice durante aquellos años pudo aportar una explicación o un antídoto a su problema. Nadie sabía a ciencia cierta si estaba mentalmente enferma. Después de treinta años, Helen y Steve se miraban a los ojos y se preguntaban tristemente: «¿Está loca? ¿O simplemente es mala?».

SIN CONCIENCIA (1)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante. Espero con avidez el próximo capítulo.
Un saludo.